Mariela Crespi, la enfermera infectada con coronavirus, fue dada de alta este miércoles. En una entrevista con LA CAPITAL cuenta la dura experiencia de no ver a sus hijos que también se contagiaron. Y deja un mensaje esperanzador: "La gente tiene que confiar, no todo va a ser muerte, hay esperanza y hay que que cuidarse mucho".
Por Natalia Prieto
Mariela Crespi (41) es trasladada en sillas de ruedas desde su habitación hasta la ambulancia que la espera en la puerta de la clínica Pueyrredon para llevarla a la casa de su mamá. El trayecto es conmovedor: médicos, enfermeros, empleados admnistrativos y pacientes la ovacionan con aplausos y le dan mensajes de apoyo. “Lo mejor para vos hermosa. Te esperamos de nuevo”, llega a escuchar antes de empezar el viaje. La alegría tiene motivos: Mariela acaba de ser dada de alta luego de haber estado internada más de tres semanas. Fue la primera enfermera de la ciudad contagiada con coronavirus. Y logró vencerlo. “No me quería morir sin haber abrazado a mis hijos”, le dice emocionada a LA CAPITAL. Aún deberá esperar para hacerlo: los chicos se contagiaron al tener contacto con su mamá y, si bien fueron dados de alta, deben seguir aislados.
Desde hace 5 años, Mariela es enfermera en la clínica Pueyrredon, donde cumple sus funciones en el segundo piso, planta que fue asignada a los pacientes con coronavirus. El 26 de marzo se enteró que estaba contagiada, a pesar de haber tomado todas las prevenciones necesarias a la hora de estar en contacto con pacientes infectados. “El 25 me hice ver en la guardia porque me había bajado la presión. Pero como no tenía síntomas seguía trabajando. No tenía ni tos ni fiebre. Al otro día fui a trabajar y a la tardecita, cuando volví a mi casa, me duché y me acosté porque me sentía muy cansada. Pensé que era por el stress de la situación, ya que veníamos trabajando con pacientes infectados desde el 16”, cuenta a LA CAPITAL la enfermera desde la casa de su madre Silvia.
Es que desde aquel entonces, ella era la encargada de la segunda planta de la institución médica ubicada en Colón y Jujuy, destinada a pacientes con Covid19. “Ahí estaba asignada por protocolo siempre se mantiene la enfermera y la mucama, además del médico”, explica.
Al levantarse de esa siesta, y a pesar de la ducha caliente, seguía con “chuchos de frío” por lo que optó por tomarse la fiebre: el termómetro marcó 38º4. Enseguida, Mariela llamó a su jefa, Marcela Artero, quien la contactó con una infectóloga. Luego hizo la denuncia al 107 y se fue para la clínica.
En la institución ya la estaban esperando sus compañeros y los médicos. “Me hicieron el hisopado y una tomografía”, dice Mariela. El diagnóstico fue el peor: “Neumonía bilateral atípica, con ambos pulmones muy comprometidos”, recuerda. Así fue que quedó internada ese mismo día y al otro le comunicaron que el resultado del hisopado era positivo de coronavirus.
Tratamiento
Inmediatamente comenzó el tratamiento con medicación endovenosa y vía oral. “Te preguntan si lo querés, porque no está probado que funcione en todos los casos. En eso tuve suerte porque funcionó”, celebra.
A lo largo de los 27 días que permaneció internada, siempre en una habitación individual, la enfermera padeció otros síntomas del Covid 19. “Perdí el gusto de las cosas. El primer día empecé. No le sentía sabor a nada y tenía malestar digestivo, por lo que tampoco podía pasar la comida”, recuerda.
Otro “daño colateral” fue una reacción alérgica “en ambas manos”. “Tenía sarpullidos y me picaba mucho, era una picazón intensa”, describe aunque aclara que el olfato no lo sintió del todo alterado: “no lo perdí del todo, pero me daba asco todo. Tenía náuseas”.
A pesar del aislamiento absoluto en el que se encuentran los pacientes con Covid19, Mariela cuenta: “todo el tiempo estuve consciente y no tuve complicaciones respiratorias”.
Y no tiene palabras para agradecerle a sus compañeros de la clínica Pueyrredon. “Siempre me hicieron sentir que estaban cerca, todos. Yo ahí me siento como en mi casa, eso ayudó, porque estás muy sola y extrañaba mucho”, dice emocionada.
A pesar de estar acostumbrada a las situaciones límite por su profesión, Mariela cuenta que extrañaba mucho a sus hijos. “Lo que más me preocupaba era que no los había podido abrazar. No me quería morir sin haber abrazado a mis hijos”, dice.
Ezequiel, de 20 años, y Brisa de 14 habían quedado solos en la casa, en el barrio Santa Paula. “Los asistía el padre, mi hermano y mi familia, pero estaban solos por primera vez en la vida. Les dejaban las cosas en la puerta y después se alejaban, eran cosas de película”, señala Mariela. A los chicos también les realizaron el hisopado y el 2 de abril dieron positivo. “Fueron “asintomáticos, pero tenían que quedarse aislados”, explica la enfermera. Y agrega: “Una vez que recibieron el alta, deben permanecer dos semanas más de aislamiento estricto. Ya cumpieron la primera semana”.
A pesar que los tres ya recibieron el alta aún no pueden reencontrarse. “Ellos tienen que estar en aislamiento estricto, dos semanas más. Ya cumplieron la primera y a mí me quedan dos”. “Me voy a quedar en la casa de mi mamá a la que solo puede ver detrás de una ventana. No puedo tener contacto con nadie”.
De cara al futuro, Mariela dice que lo primero que hará una vez cumplido el confinamiento es estar con sus hijos. “Hace 27 días que no puedo estar con ellos. No se si voy a poder abrazarlos, pero quiero llegar a mi casa, estar con ellos, decirles lo mucho que los amo y los extraño”.
También recomienda tener paciencia. “La gente tiene que confiar, no todo va a ser muerte, hay esperanza y hay que que cuidarse mucho. Hay que cumplir con las medidas que piden desde el gobierno y el sistema de salud, como el distanciamiento social”, advierte. Y agrega: “Hay que confiar en lo que los médicos proponen . Eso y confiar en Dios me mantuvo equilibrada, siempre creí en un ser superior que me iba a dar una oportunidad de vida. Esto da mucho miedo de morirse”.
Además de recomendar “pensar en positivo” refleja un “especial agradecimiento a todo el personal de la clínica”. “Estuve muy contenida por todos, todo el tiempo, porque esta es una enfermedad muy solitaria pero ellos me hacían sentir que estaban ahí”, agradece.
A través del teléfono se intuye una sonrisa en el rostro de Mariela, lo reafirma con su voz. “Es una suerte y una bendición poder contarlo, seguir con vida”, dice.